Septiembre, año doscientos dos
Editorial
No faltará quien piense que dedicar reflexiones a conmemorar el mes de la Patria en circunstancias como las que nos aquejan resulta injustificado, ingenuo o, incluso, irresponsable por evasor de la realidad. No estamos de acuerdo, como podrán observar en varias de las aportaciones de quienes colaboran con este número de Tiempo de Derechos, en particular las provenientes de dos jóvenes talentos femeninos que expresamente se refieren a Septiembre, con su carga de figuras señeras y de inocultable alegría.
Es cierto que en un México que arrostra una crisis de Derechos Humanos paralela a la de seguridad pública y procuración de Justicia; un México en el que no acabamos de llorar a un grupo de jóvenes que sólo por cumplir con los eufemismos y con los plazos procesales insistimos en llamar “desaparecidos” aun cuando hayamos contemplado, impávidos, su atroz final; un México en el que se clasifica como inaccesible información que tiene que ver con el ámbito más público y valioso que tenemos, el de la preocupación por la educación de quienes han de sucedernos; un México en el que posiblemente no podremos enterarnos jamás de los horrores de un pasado sucio y asesino; un México en el que el fuero constitucional parece valer muy poco y la legislación electoral incluso un poco menos; un México indiferente ante la vida de los otros y la dignidad ínsita en toda expresión de la condición humana, resulte acaso asaz optimista aventurar una celebración que exceda, en entusiasmo, los límites de la mera conmemoración. Y, sin embargo de todo ello, creemos que la memoria festiva es hoy indispensable para que, como manifiestan con claridad las personalidades que nos han concedido entrevista para esta entrega, la Patria – ese “proyecto sugestivo de vida en común” que decía Ortega – sea, como la Justicia y la Educación, un bien colectivo que reporte, con transparencia y eficacia, cualidades prorrateadas y satisfactorias incluso para quienes recorran, visiten o simplemente disfruten nuestro país.
Hace doscientos años, para estos días, ya éramos una República y estábamos a punto de constituir la Federación. El primer Imperio había caído y, con él, el sueño de integrar benéficamente a Guatemala en nuestro proyecto de nación, en lugar de convertirnos – como parece que somos ahora – en exportadores de lo peor que tenemos – el crimen y la violencia estructurales – al resto de nuestra América, y en importadores de prácticas como las de los kaibiles, identificables en los recientes y escalofriantes sucesos de Lagos de Moreno y de Poza Rica.
“República” es palabra sonora y estimulante. Se refiere a un ámbito que no debemos confundir con lo estatal, y que no debe admitir privatización alguna, pero tampoco expropiación ni decomiso por parte de los aparatos burocráticos. Públicas son nuestras cosas (res), nuestras libertades, nuestros tiempos y nuestros derechos. Pública es nuestra Patria. Que sea feliz, como deseamos lo sean ustedes, hijas e hijos de México, en este mes de reflexión imprescindible e impostergable.