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El legado de Mariano Azuela: Una brújula ética en tiempos de niebla judicial

Editorial

Siempre me fascinó ver las sesiones del Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación cuando los ministros no se limitaban a leer, sino que uno exponía su punto y los demás reaccionaban. Lejos de la lectura mecánica de escritos preparados que ni siquiera responden a sus interlocutores, lejos de clases elementales de derecho procesal o de confusiones sobre lo que se estaba votando —y más lejos aún de tomar llamadas en plena sesión—, aquellas eran verdaderas batallas de Derecho, lógica y agudeza, muchas veces aderezadas con fino humor.

Recuerdo con admiración las intervenciones de Don Sergio Salvador Aguirre Anguiano, Guillermo Ortiz Mayagoitia, Margarita Luna Ramos, Genaro Góngora Pimentel, Juan Díaz Romero y José Vicente Aguinaco Alemán. Entre ellos destacaba Don Mariano Azuela Güitrón, un ministro de prosa pulcra, educación exquisita y genuina austeridad republicana. Grandes juristas se formaron bajo su dirección exigente y rigurosa. Don Mariano pedía siem-pre la mejor versión de quienes colaboraban con él: honestidad intelectual, compromiso con la Justicia y un profundo rechazo por la banalidad.

Fue sin duda un ministro de convicciones conservadoras, pero no hay un sólo criterio emanado de su pluma que no tenga asidero en la doctrina jurídica. Nunca titubeó al expresar su posición, ni palideció ante la estridencia de ideologías o el empuje de populismos. Su claridad intelectual, nutrida por el Derecho natural y una sólida formación humanista, le permitió resolver con sa-biduría allí donde otros se extraviaban en tecnicismos o se paralizaban por temor al escarnio público.

Basta recordar el espinoso tema del aborto. Hace 18 años, la ideología progre había alcanzado su cúspide y llevado la discusión a la Suprema Corte. En ese entonces no se habían visualizado los excesos en los que caerían, como pedir el aborto hasta el momento del parto o peor aún, desconocer al concebido como ser humano. La mayoría de los ministros cedió ante el empuje de lo que consideraban una posición mayoritaria. Pero no Don Mariano. Junto con el ponente, Don Sergio Aguirre, y Don Guillermo Ortiz, entonces Presidente del Máximo Tribunal, expresaron argumentos que hoy sirven de fundamento para reivindicar la valía del ser humano antes de su nacimiento. Desde afirmar contundentemente que el concebido no es parte del cuerpo de la mujer hasta recordar que la humanidad es intrínseca desde la concepción. Acertadamente concluyeron que acabar con la vida de otro ser humano no es un derecho. Hoy, existe un movimiento global para reivindicar el valor de los concebidos. Hoy más voces comienzan a reconocer y señalar los excesos de una ideología que carece de fundamentos jurídicos. Hoy podemos construir sobre el pensamiento jurídico que Don Mariano nunca dudó en expresar. Siempre fue muy en-fático en que no podemos ceder ni un ápice a posturas contrarias a la dignidad humana.

Su ejemplo nos recuerda que el juez no trabaja para complacer al Ejecutivo, ni al Legislativo, o a las ideologías, sino para contenerlos; que su deber no es el aplauso fácil, sino el fallo justo, aunque sea impopular; que la Justicia no se improvisa ni se negocia, se razona y se sustenta; que se resuelve con la ley en una mano y la ética en la otra; que ser ministro no es un privilegio, sino una responsabilidad con la República, a la que se le debe todo y a la que se le entrega todo; que el Estado de Derecho no se puede cambiar por embajadas, prolongaciones de mandato, retiros cómodos o cualquier otra prebenda efímera frente al juicio de la historia.

Su vida nos recuerda que la congruencia e integridad son el mejor escudo ante las tentaciones de los lujos y frivolidades que esclavizan a las almas débiles y avaras. Su fuerza estaba en su ejemplar matrimonio, en el cariño de sus hijas, en el crecimiento de sus nietos, en su hogar al sur de la ciudad, en las charlas acompañadas de café en los Bísquets Obregón, verdaderos lujos para el corazón.

Su partida deja un vacío profundo en la Judicatura mexicana, huérfana de referentes intelectuales y ejemplos de vida. Ahora que el país enfrenta una embestida contra los pilares de la función judicial, ahora que el juzgador ha sido condenado a bailes, folletos y caravanas ante el poder, ahora que se pretende cooptar la Justicia, recordar a Mariano Azuela no es un acto de nostalgia, es un acto de resistencia y de esperanza. Su legado es brújula moral para quienes creemos que el Derecho, basado en la dignidad humana, es inmutable y fuente de verdades innegociables.

Urge recordar a quienes no se intimidaron ante el poder ni se rindieron ante la ambición. Sólo así podremos salir de esta niebla que nos atrapa. Solo así saldremos de la tempestad cegadora. Urge recordar que hubo jueces como Mariano Azuela Güitrón. Descanse en paz.

 

Editoreal Invitado

César Alejandro Ruiz Jiménez
Director Ejecutivo de la Fundación Aguirre, Azuela, Chávez, Jáuregui, Pro Derechos Humanos y
Presidente de la México Law and Liberty Society, A. C.

© 2025, Tiempo de Derechos una publicación de: Fundación Aguirre, Azuela, Chávez, Jáuregui Pro-Derechos Humanos A.C.

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