Verdad y Diálogo
Editorial
De tomarnos en serio a Kant, habremos de convenir que conversar es una forma acabada de reconocer en el otro a un fin en sí mismo, nunca un medio, mucho menos una cosa. Si toda verdad es diálogo, si a través de la palabra compartida empatizamos y socializamos, ¿por qué solemos negarnos a hablar con los demás, porqué nos acostumbramos a la perversa idea de que quien no piensa como nosotros debe ser silenciado y condenado al ostracismo? ¿No poseerá nuestra Moral un imperativo categórico que resulte más productivo y vivificante?
Nada se gana con afirmar, faltando a la verdad, que nuestros tribunales supremos han fallado en un sentido, con tal de que ese sentido manifieste nuestra propia y peculiarísima representación del mundo. La mentira es delicada y perniciosa. En temas de dignidad humana, lo es doblemente.
Las sociedades que se acostumbran a la falsedad y al eufemismo suelen hacerlo por las peores razones: la como-didad, la moda, el lucro, la conveniencia, la hipocresía. Con ello ralentizan su desarrollo y colocan pesados lastres a su posibilidad de brindar mejores condiciones vitales a sus integrantes.
La defensa de la vida y de los valores asociados directamente a ella, como son la libertad en el idéntico recono-cimiento de dignidad a toda expresión de la condición humana, exige una abstención fundamental para arrostrar la mentira y la corrección pseudopolítica. No contemporizar con las verdades sesgadas (o, peor, con las posverdades) se traduce en combate frontal a la falsedad. El quid de la cuestión radica en que debe hacerse sin negarse a charlar con quien piensa distinto, tratando de entender sus razones y partiendo de lo más básico: la presunción de la buena fe que invade a sus expresiones. Un imperativo ético nada sencillo de instrumentar.
Y es que, en efecto, las personas son todas respetables, pero sus ideas no. Debatirlas es nuestro derecho, pero también el deber que se deriva de nuestra pertenencia al espacio público, al ágora, a la plaza central que desde hace centurias ha dejado de ser plaza de armas. Por algo colocó Platón su Academia en la loma, por encima del ruido de la polis y alejada de las tentaciones del mercado.
Nuestro tiempo, que quiere ser un Tiempo de Derechos, exige vocación para el diálogo y aprendizaje en el inter-cambio de opiniones. Tal es la vocación que toda sociedad que aspire a consolidar su Democracia Constitucional debe reivindicar y encauzar. Sea 2025 propicio para ello y para la felicidad entre quienes integran sus apreciables familias, queridos lectores y amistades todas de este espacio de empática reflexión y renovada defensa del espacio que consideramos genuino, verdadero y dignificante